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En un apartado rincón situado a poniente de Mallorca, la familia Taltavull se ha reunido para la cena de Nochebuena en el viejo caserón familiar. Durante una larga noche, ritmada por el capricho del viento que hace humear la chimenea, se irán hilando las conversaciones y los recuerdos de las generaciones reunidas para la fiesta. De este modo, como en Las mil y una noches, se sucederán las historias que constituyen la esencia de lo familiar: leyendas tan antiguas como la del buque fantasma, anécdotas narradas por los parientes viajeros, viejas disputas entre clanes, toda la picaresca de la guerra civil, los amoríos, ensoñaciones y rivalidades, irán cobrando vida mientras se preparan y sirven los opíparos platos de un banquete barroco coronado por el rococó de los postres.

Primaveras y otoños, que ha obtenido el Premio Sant Jordi, máximo galardón de la narrativa catalana, así como el de la Generalitat de Cataluña a la mejor obra de creación literaria, es un retrato entre cáustico y tierno, entre poético y misterioso, de Mallorca y los mallorquines y, por extensión, de todo ese mundo mediterráneo, cerrado y vivo al mismo tiempo, que Baltasar Porcel ha recreado aquí con fidelidad y amor por el detalle, y una prosa sensual cuya calidad se manfiene en la versión castellana realizada por el propio autor.

Pero nadie cuenta historias por contarlas, sino para entender el mundo, sobre todo esas zonas oscuras -el sexo, la muerte- que desde la Grecia antigua obsesionan a los diversos pueblos de este pequeño mar. Aunque los más jóvenes bailen con discos de Michael Jackson, todos saben que son sólo herencia, y que esa herencia sólo puede transmitirla la familia, el clan, la casa entendida como muro defensivo que cierra el paso a los bárbaros, es decir, a todos los demás.