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Quizás impulsar los procesos de pensamiento, en la actualidad, sea una de las formas más eficaces de neutralizar relativamente la maquinaria exterminadora y las minuciosas operaciones de control global montadas por un enloquecido capitalismo tardío, que se retroalimenta en una circularidad atenta a las contingencias. Más peligroso en cuanto más se niega a cambiar de rumbo, reviviendo con mayor plenitud, según sus insaciables apólogos, en cada una de sus devastaciones.

Acumula, en una escala desconocida históricamente, los bienes de los otros como propios, como apropiados a su desmesurada medida. Dispensa como ajenos los males propios de los despojados, inyectando en ellos su imperturbable locura.

El pensamiento surge, entonces, como un posible camino de cura de uno mismo y cuidado de los demás.